Artemisa, mon amour


Crecer ante las ruinas de una necrópolis romana marca. No solo te deja bien clarito lo poco que va a quedar de ti en cuatro días, sino que también te obliga a desconfiar de las superficies. Son muchas las capas que se ocultan bajo la aparente firmeza del suelo que pisas: sólidas, como las ruinas de Barcino, la ciudad romana, o inmateriales, como los mitos que dotaban de sentido las vidas antiguas. Por alguna razón, cada año – y quiero decir ca-da año – la directora de mi colegio del Barri Gòtic nos contaba el sacrificio de Ifigenia. ¿Cuál sería la misteriosa lección que debíamos extraer de la sumisión de la joven Ifigenia? ¿De verdad que las vidas de las mujeres eran tan insignificantes que, antes que vivirla, una chica prefería ser asesinada por orden de su padre instigado por Artemisa para vencer una guerra que no iba con ella? ¿Por qué finalmente es la propia Artemisa quien salva a Ifigenia de su despiadado padre y la convierte en sacerdotisa? ¿Y si la historia contenía alguna clave oculta de la biografía de mi maestra? Un momento, ¿y si ahora esa historia es también la mía?

Artemisa, diosa indómita, caza con flechas de plata y peplo de minifaldita. Artemisa, dueña de la Luna, señora de los perros y los ciervos, casta por vocación, protege a las parteras. Artemisa, rabiosamente independiente, no es ninguna santa. En esto no es única. Todas las deidades griegas, Titanes y Titánidas, Olímpicos y Olímpicas, son una panda de armas tomar y mejor saber qué armas tomar. Quien lo sabe bien es Stephen Fry – sí, el famoso actor y escritor – que a los dieciséis años ya había interpretado todo el ciclo tebano de tragedias de Sófocles.

Con Fry las deidades griegas se revelan como una familia impresentable, terrible y maravillosa, cuyas inolvidables cuitas y enrevesados parentescos quieres aprenderte de memoria. Solo os digo que empecé dibujando un árbol genealógico de la primera generación de Titanes y Titánidas que completara los árboles que Fry incluye solo a partir de la segunda generación. Necesitas una guía entre tantos incestos, infidelidades, maldiciones, bendiciones, celos, asesinatos, venganzas y amores salvajes. Te partes de la risa con sus ocurrencias, pues estas deidades son de todo menos ejemplares. La parte buena es que los seres humanos – juguetitos de su creación – no se humillan ante ellas.

Quizá sea precisamente por esta razón que la mitología griega pervive en nuestras narrativas literarias, cinematográficas e incluso publicitarias, en los nombres de algunas especies animales, como metáforas de complejos psicológicos, en inolvidables obras de diversas artes, en los astros y en un montón de lugares más. Los mitos son ideología encapsulada, búsqueda de sentido, gusto por la paradoja, galería de grandezas y bajezas, espejo de pasiones y, por qué no decirlo, cuando Fry te los cuenta, fuente de placer. Hace primar el relato y unos diálogos hilarantes sobre su significado cultural, pero contándolos así los revive y logra que sus historias sigan ayudándonos a descrifrar nuestro psico-puzzle y el acertijo existencial que nos une.

Personalmente, me he quedado con algunas malas ideas para mi vida mortal, como por ejemplo la estrategia de Temis para ser escuchada. No digo más…

 Stephen Fry, MYTHOS. Los mitos griegos revisitados, Anagrama, 2019.

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